El autor

 

Jaime Corregidor Camacho (Caleruela, 1949)

Quiero comenzar diciendo que soy autodidacta,  lo poco o mucho que sé de este maravilloso arte que es  el pintar lo desarrollé partiendo de mi intuición y observando durante horas multitud de pinturas de los grandes pintores, estudiando sus técnicas para tratar de igualar o al menos acercarme a lo que ellos realizaban en sus obras y que yo tanto admiraba. Es por eso quizá, que no tengo un estilo definido. Estoy en el realismo porque trato de presentar la realidad lo más ajustada posible. Estoy en el impresionismo porque mi obra está hecha de impresiones, visiones fugaces y momentáneas de la realidad, plasmadas en el papel a través de manchas de color debidamente estudiadas, pero manchas al fin y al cabo.

Nací en el invierno de 1949 en un pequeño pueblo de Toledo, Caleruela, y  quizás por eso y porque siempre he vivido en él,  lo que de verdad me atrae es pintar  paisajes, paisajes de mi tierra y de las que visito en mis viajes, paisajes y rincones olvidados de los pueblos que recorro. Pinto sus puertas y  ventanas desvencijadas y pinto sus tejados que en el silencio de su abandono lo dicen todo. Pinto las aguas que discurren por las gargantas de la Vera, esa comarca única y excepcional que tanto he visitado y tanto amo y conozco, sus aguas y sus rincones urbanos, esos rincones perdidos de sus pueblos: Madrigal, Villanueva, Valverde, El Guiijo, Garganta, Candeleda, El Raso y tantos otros. Pinto como diría mi amigo y poeta José María Gómez: "el Padre Tajo", tan esquilmado pero a la vez tan poderoso y majestuoso. Pinto, en fin, porque para mí, pintar es  un estilo de vida, una forma de hacer realidad y transmitir mis sentimientos, de plasmar sobre el papel mis deseos, mis sueños, mis ilusiones.

He participado en varios certámenes y en diversas exposiciones individuales o colectivas consiguiendo distintos premios y varias de mis obras forman ya parte de innumerables colecciones privadas, tanto dentro como fuera de España

Para mí, pintar es como el respirar, todos los días del año, desde aquel lejano 1960 en que mis primas Choni y Chary, para mitigar en parte el impacto de mi ingreso en el internado,  y que me resultara más llevadero, me regalaron mi primera caja de acuarelas -que todavía conservo - tengo necesidad de pintar algo.        

                                            

 

 

 

No quiero ni puedo olvidarme de mi gente, los que soportan mi obsesión por la pintura y no obstante me animan y hacen todo lo posible porque siga pintando, aunque para ello les tenga que robar gran parte de su tiempo, ese tiempo que de  otro modo debiera dedicarles. Y como muestra principal de ellos mi media naranja, Mayte. Sin ella todo ésto no hubiera sido posible. Y mis hijos, Armando y Luis, y mi hermana Maribel, que a la vez de ser los sufridores, son mis más entusiastas y fervorosos seguidores.